Paisajes
En la trayectoria de un pintor es siempre interesante poder comparar el hoy y el ayer, el camino y la meta. Incluso en pintores sin cortes bruscos la comparación de los cuadros de diversas épocas es significativa.
Tenemos la pintura de la época romana, algo tan típico como un arco romano entre restos monumentales y pinos. El cuadro está bien pintado, las piedras tienen peso y fuerza, el cielo tiene melancolía y hay unas gamas de verdes y ocres de gran calidad. Pero el cuadro es frío y no tiene sello de autor.
Los paisajes de madurez sí tienen el aire de Albizu. En todos ellos hay una entonación cálida. Es casi un tópico hablar de los paisajes grises del norte. Para representarlos, los verdes, los azules se oscurecen y el gris lo llena casi todo. Pero el Norte no es sólo eso. Hay un viento sur –ego-haize– que lo cambia todo. La atmósfera se reseca, las nieblas se disipan y aparecen colores que pasaban desapercibidos, pero los colores estaban allí y solo necesitó el pintor, descubrirlos y plasmarlos. Albizu, al darnos esa entonación caliente, no ha falseado la realidad, no se la ha inventado sino que la ha puesto de manifiesto. La entonación destaca sobre todo en otoño con la singularidad de que las frecuentes lluvias impiden que los campos se sequen. Así tenemos un enrojecimiento de los árboles de hoja caduca y de los maizales y de las escasas vides, los verdes se hacen más tiernos, más variados y hasta los antipáticos pinos se aclaran. Los cielos se vuelven rosados. Cuando aparecen las nubes se arrebolan de rosas y de violetas agresivos. En los paisajes con casas, los tejados ponen todos los matices del rojo y las paredes tienen un blanco-rosado-violeta que las llena de luz.
En las exposiciones de Albizu, en ciudades de otras regiones, no han dudado al designar a estos paisajes como genuinamente vascos. El contraste lo ponen los paisajes de Gimileo en la Rioja. Albizu no renuncia a los tonos calientes pero los reduce a pequeñas notas, el ocre y el amarillo predominan, los tejados tienen un rojo oscuro de teja vieja, las paredes son más blancas o terrosas y los pocos verdes de los arbustos o de los árboles no son tiernos sino secos. El cuadro tiene otra atmósfera, otro clima.
Albizu elabora sus cuadros del natural, al aire libre, pero selecciona, elige, sin falsear los matices reales que van con su cromatismo.
Los paisajes urbanos de Fuenterrabía han sido un hallazgo de Enrique. Estábamos acostumbrados a muchas pinturas en las que se representaban desde lejos varias casas del barrio de pescadores. Es un descubrimiento pictórico de Albizu el centrarse en una o dos casas. Son edificios hechos sin muchos planos, crecidos al hilo de las circunstancias, más o menos apoyados entre sí y que ponen de manifiesto sus vigas y su estructura.
Las paredes de las casas de Albizu son menos pobres, menos terrosas, menos descascarilladas. No discutimos la pericia pictórica para llevar al lienzo con crudeza y realismo esos fragmentos y desconchados. La crítica internacional los ha aceptado y valorado.
Hay un cuadro de Albizu en que la mayor parte de la tela la ocupa una pared con cuatro ventanucos y una pequeña puerta. Si aplicamos el viejo truco de recortar una cartulina a medida podremos enmarcar ese fragmento desnudo de pared y ver que Albizu también es capaz de hacer, si lo desea, ese tipo de pintura. Naturalmente el cuadro en cuestión tiene una serie de tejados entrelazados y torres que le dan otra dimensión bien distinta.
La capilla del antiguo Hospital de Irún es uno de los paisajes más estructurados de Albizu y uno de los que más nos han gustado. Alguno pensará que es una simple copia del natural que ha salido así, pero creemos que se equivoca. Albizu no es constructivista pero esta pintura es una de esas, de las que nos habla Omar Calíbrese, a las que hay que buscarles su secreto. Son dos las monjas que van hacia la puerta, y dos las columnas que sostienen el pórtico. Son dos los árboles que lanzan hacia el cielo sus ramajes desnudos, dos los salientes laterales con sus ventanas góticas de imitación y dos las torrecillas que culminan las esquinas pétreas. Dos parterres de hierba aparecen en la parte inferior y dos casas encuadran la parte media. Si atendemos a la geometría dos ángulos agudos, que son las monjas, se prolongan con el ángulo del pórtico y los de las capillas laterales para culminar en el del tejado y concluir con la espadaña. Todo es una mezcla fundamental de dos colores, rojo y verde, que culmina en un cielo claro de lila y amarillo pálido lleno de luz. “Me confieso, escribió Albizu en la pizarra de uno de sus últimos cuadros, del linaje de esos que de lo oscuro a lo claro aspiran”. Aquí también la tierra, si no oscura sí apagada, se convierte simbólicamente en una flecha que se dirige hacia la luz.
Los paisajes de Albizu son muy vascos, pero diferentes de lo que en una simplificación engañosa y falsa se ha dado en llamar “el paisaje vasco”. No hay apenas grises, no hay azules, escasean los amarillos pero son nuestros paisajes o, mejor, unos momentos de nuestro entorno pasados por la mirada y el sentimiento del pintor.