Albizu Próximo y Lejano
Con Enrique Albizu ocurre algo que él mismo ignora: hasta personas que conocen superficialmente su obra le tienen por un gran pintor. Nuestro quehacer periodístico nos ha deparado numerosas oportunidades de percibir ese clima de admiración que se ha ido creando en torno al artista. El fenómeno no deja de ser curioso, pues nos hallamos ante un hombre que vive alejado de tertulias y de grupos cuyos componentes se van turnando hábilmente en la dedicación de ditirambos y en la prestación de apoyos recíprocos, y que va realizando en silencio una obra que posee en sí misma, una fuerza que le va imponiendo irresistiblemente, incluso a las actitudes más cautas ; que va conquistando de día en día entusiastas admiraciones.
La villa, estudio del artista, parece haber sido construida a propósito para su trabajo y su manera de ser. Cierto día, el inolvidable alcalde de Fuenterrabía Francisco de Sagarzazu, siempre afanoso por acaparar valores que pudieran contribuir a realizar su pueblo, le dijo al pintor:
- Conozco un sitio ideal para levantar en él su estudio.
Fue así como surgió “Pinpirin” sobre un altozano. El nombre fue sugerido por un poeta Claudio de Sagarzazu, “Satarka”. Al lugar llegan las brisas del mar en su fusión con el estuario del Bidasoa. Desde Pinpirin se pueden contemplar bellísimos paisajes, cortados de vez en cuando por la fugacidad de un avión que llega o sale del aeropuerto próximo.
El amplio y alargado estudio aparece repleto de admirables obras del propio Albizu. En algunas de ellas se representan los rostros de su esposa María Josefa y de las dos hijas del matrimonio Jone y Oáya. La segunda nació en Venezuela y de ahí su nombre vinculado a la tierra de ese país. Con estas efigies, lleva el artista a los lienzos una parte del profundo amor que siente por su familia, constituida por las tres mujeres, cuyos rostros captados desde distintos ángulos y en diversas actitudes están llamados sin duda a esa perennidad que sólo el Arte puede dispensar.
Todo lo que le rodea al pintor, es también un regalo para los visitantes que pasan en la villa unos momentos…o varias horas –los más afortunados- de placidez y serenidad. No puede extrañar que quienes se sienten más atraídos por “Pinpirin” sean intelectuales y artistas. Las cabezas de muchos de ellos han sido dibujadas por Albizu, que ha reunido así toda una galería de fisonomías y caracteres que servirán en lo futuro, para testimoniar sobre cierta faceta de nuestra época.
Al pintor le gusta primordialmente trabajar el retrato, porque ama las dificultades que este arte entraña. Sus retratos quieren invertir la significación que a este género se le da.
Uno de los intentos del pintor, sin duda, es el perpetuar para el arte facetas de una humanidad que desaparece. ¿Adónde irán a parar esos viejos filósofos ondarrabitarras que cada día resulta menos frecuente verlos por las calles de la ciudad? ¿Dónde se puede ver ya a esos ancianos enternecidos que se aferran desinteresadamente a la vida que comienza, apretando entre sus brazos a un niño que significa para ellos una continuidad de la raza? ¿No se habrán refugiado casi todos ellos entre las paredes de Pinpirin?
Son rostros de viejos que reflejan una vida sin horizontes; vidas que, pese a una larga existencia, parecen no haber salido nunca del ámbito de la Marina y de la calle Mayor: que han ido absorbiendo, sin saberlo las esencias del pueblo donde nacieron y en el que morirán, pero que lo han hecho de una forma inconsciente, al ritmo monótono del paso de los días y de los años, siempre dominadas por el medio ambiente, levemente agitada, si acaso, por menudencias localistas y pequeños avatares familiares y sociales.
¡Qué gran poeta es Albizu cuando repara en los seres humildes y oscuros del pequeño universo ondarribitarra! Es indudable que no ha sido la casualidad lo que le ha llevado a vivir cerca de ellos. Nos encontramos más bien ante una llamada profunda, imposible de ser desoída.
Estos hombres de pocas fiestas por año, de discretas alegrías y escasas satisfacciones, que frecuentan estas calles y esos rincones inundados de pasado y que se resisten a incorporarse al presente, estaban esperando desde hace mucho tiempo, sin duda la llegada del pintor, que sabe encontrarlos con su instinto infalible y llevarlos a su estudio, donde los elegidos se hallan como hemos podido apreciar, en un ambiente muy de su agrado.
Albizu comenzó frecuentando la Academia de dibujo de Irún, donde se reveló como un gran dibujante, que llegaría años después a cimas difíciles de superar. Se fue luego a Valencia para estudiar en la Academia de Bellas Artes de San Carlos. Prosigue sus estudios en la Real Academia de B.A de San Fernando en Madrid. Posteriormente su estancia en Italia subvencionado por la Excma. Diputación de Guipúzcoa y en París, le hicieron dueño y señor de una técnica depurada.
La época no era muy apropiada a las ensoñaciones, pero un artista no puede dejar de soñar ni aún en los momentos más adversos, pues la llama que aviva la creación hay que mantener siempre encendida. Quizá desde entonces haya surgido al Albizu esa inclinación que siente por la soledad y el apartamiento poblado siempre de intuiciones.
En Pinpirin encontramos casi siempre al pintor con gesto tranquilo, sosegado. Para serenarse de la tensión que le origina su trabajo, sale de vez en cuando al jardín y se dedica a cuidar delicadamente los macizos de flores y el aspecto de los arbustos; a veces se entretiene también reparando en cualquier peculiaridad de la casa que llame su atención.
De tiempo en tiempo, el pintor viaja también al extranjero, más asiduamente a Alemania, donde cuenta así mismo, con entusiastas de su pintura.
Tiene en muy alta estima la técnica, opina que puede ser llevada al grado máximo, sin que por depurada que sea haga perder la menor parcela de emoción.
Su dominio de la misma, vehículo de la emotividad y de lo sensorial puede percibirse también en los vestidos de sus personajes, que parecen salidos de los grandes museos; tan grande es su perfección. Estos atuendos retienen la mirada de quien los contempla, tanto como los rostros rebosantes de vida y de misterio ancestral de quien los llevan.
¿Arte revolucionario? Sólo la obra bien hecha, acabada, es revolucionaria y la que permanece.
Si no se ríe de ciertas papanatadas que pululan por esos mundos, es porque siente un profundo respeto por todos los intentos ajenos, unido a una fuerte seguridad en sí mismo.
El artista no se desvive por exponer; le cuesta desprenderse de sus obras.
En “Pinpirin” se cuenta siempre con la compañía de un perro. Hasta hace poco recibía a los visitantes con sus caricias y a veces con sus gruñidos, uno que se llamaba “Gogor” (Duro) que, en ocasiones sabía hacer honor a su nombre. Estaba toda la familia muy encariñada con él. Un día hizo “Gogor” una pequeña excursión fuera de “Pinpirin” y fue muerto por un autobús. Acompañábamos casualmente a Albizu cuando este encontró su perro cerca de la cuneta; recordamos que el pintor perdió el color ante aquel espectáculo; recogimos el perro y lo llevamos en automóvil hasta “Pinpirin”. El artista realmente abrumado, cavó con una azada un hoyo en la parte del jardín que está detrás del estudio y enterró allí al perro; el momento fue de profundo dramatismo. Nunca olvidaremos aquella escena. “Gogor” fue sustituido por “Illán” (Oscuro), más grande y tranquilo que su predecesor. Parece también menos aventurero.
El amor hacia los animales es una característica más, de la vida familiar que hace en “Pinpirin”, nombre cada día más conocido y que está llamado, sin duda a figurar un día en la Historia del Arte.
Nosotros estamos tan seguros de ello, que firmamos estas líneas con el orgullo que puede producir, no la calidad del contenido, sino la seguridad del pronóstico.
Juan Luis Seisdedos